Se cuenta la leyenda que en un pueblo vivió un hombre que tenía cinco hijos, todos varones. El hombre vivía afligido y triste porque a pesar de que trabajaba duramente, de sol a sol en su tierra, lo que cosechaba no le alcanzaba para mantener y darles de comer a todos sus hijos. Un día el hombre llamó al más pequeño de los cinco y le dijo _ ¡hijo! necesito que me acompañes al monte a cazar conejo para que comamos todos; y tú como eres muy chiquito puedes meterte a las cuevas a donde esconden estos animalitos para que los arríes y así yo pueda cazar a alguno de ellos. Ambos, padre e hijo se encaminaron rumbo al monte. Caminaron mucho tiempo; mientras el padre pensaba que no podía mantener a todos sus hijos y era lo más bueno para su hijo que si dejaba a su hijo en el monte, seguramente otra gente lo encontraría y al ver al niño perdido y sólo lo llevaría a su choza, le daría de comer y así el niño llegaría a ser un hombre grande. Ya no pasaría más hambres, como las que pasaba con él. (agregar.) además según el le convenía dejar. Al llegar al lugar en donde cazarían los conejos, el padre le ordenó al pequeñito _ Mi´jo vaya y métase a su cuevita y vea si hay conejos, pero, espéreme allí que yo voy a juntar piedras para mi honda para poder cazar al conejo, y no salgas de la cueva hasta que oiga que le hablo, ¡me entiende!. El niño, con su cálida mirada vio a su padre y obedeciendo se metió a la cueva y esperó hasta que su progenitor le hablara.
Pasó mucho tiempo, y el niño al ver que su padre no lo llamaba, salió de la cueva y comenzó a buscarlo. Caminó entre las veredas del monte y a pesar de que era muy pequeño no tenía miedo; él quería volver a su casa, sabía que tenía que caminar mucho y buscar el camino que lo llevará de regreso a su casa. En eso le pareció oír voces de otros niños y caminó hacia donde venían esos ruidos y cuál fue su sorpresa que en medio de ese desconocido e inmenso monte estaba una casita muy bonita. Se acercó más, y a su encuentro salió una anciana (viejita) que con voz muy dulce y tierna le dijo : ¡Qué bueno que veniste aquí! ¡te estaba esperando! ¡anda pasa! Supongo que debes tener mucha hambre y yo tengo mucha comida. ¡siéntate hijito! . Como verás aquí hay más niños con los que podrás jugar y hacer buenos amigos. El niño veía con mucha atención toda la casa muy sorprendido. Era un lugar muy bonito, tenía una gran mesa y sus sillas de madera. Encima de ésta había una gran variedad de manjares que de ellos salían unos aromas exquisitos. Había muchas frutas, tantas que aún con toda el hambre que el sentía quedarían muchas para seguir comiendo en más días. Cerca del fogón había un gran canasto con muchas tortillas de maíz, tan blancas, como la luna misma. Al lado de este había una gran olla de barro que seguramente en su interior tenía unos frijoles con epazote. El niño miraba todo lo que había allí y preguntó a la anciana por una olla que estaba en un rincón de la casa y le dijo: ¡Oiga! ¿para qué quiere esa olla tan grande? A lo que la viejita respondió: ¡Ah! En esa olla pongo a hervir agua para que se bañen los niños, ¿ves esa cuevita hecha de piedras que tengo allí? _ si, respondió el niño _ es un temazcal _ así es _ respondió la viejita y allí en ese momento se va a bañar uno de esos niños y después le tocará a otro de ellos, y por último a ti. Pasaron los días, y el niño miraba cómo los demás niños que habían estado en la casa iban desapareciendo, ya nunca más salían del temascal. Y se puso a pensar que es lo que les pasaba al entrar allí y dijo para sí mismo, -esta señora no es buena, se come a los niños, ¡los cocina en barbacoa! A mi no me va a comer porque huiré de aquí y voy a buscar a mi padre y llegaré a mi casa. Pensando estaba, cuando la viejita le dijo al niño que le tocaba bañarse porque ya estaba muy sucio y que ya había puesto agua a hervir para que se metiera al temazcal. El niño con mucha obediencia se dirigió al temazcal y fingiendo que le dolía un pie le pidió a la anciana le ayudara a meterse, esta aceptó y una vez que estuvieron en la puerta del temazcal, la empujó y como pudo cerró la pequeña puerta para que la vieja no saliera. Sólo escuchaba los gritos de ésta que le pedía auxilio rogándole que no fuera malo y la sacara de allí.
El niño no hizo caso a los gritos de la anciana y pensó que antes de irse se iba a llevar la olla que siempre estaba junto al fogón para invitarle de comer a su padre y a sus 4 hermanos. Tomó la olla y salió de la casa y corrió por el monte. Corrió por mucho tiempo temeroso que la anciana pudiera alcanzarlo. Se sentía cansado y su respiración era agitada por tanto correr. Se sentó a descansar encima de un tronco de árbol. A lo lejos escuchó el ruido que un hacha hace al chocar con los leños al cortarlos, se levantó y caminó con mucho cuidado para no hacer ruido y no ser visto antes que él pudiera saber de quien se trataba. Pero cuan grande fue su alegría al ver que la persona que cortaba la leña era su padre, y con gran júbilo presuroso corrió a donde estaba y exclamó _ ¡Tata! ¡Tata! ¡Qué bueno que eres tú! Mira Tata, traje esta olla con comida para que comas tú y mis 4 hermanos y ya no tengan hambre. El padre enormemente conmovido y con un gran pesar en su alma por las palabras de su hijo y con mucho remordimiento, recibió la olla que el niño generosamente le entregaba. Pero mayor fue su sorpresa al mirar que la olla estaba llena de monedas, no pudo contener las lágrimas y llorando amargamente abrazó al niño pidiéndole le perdonara por haber sido tan egoísta, y por haberlo abandonado en el monte a su suerte.
Pasó mucho tiempo, y el niño al ver que su padre no lo llamaba, salió de la cueva y comenzó a buscarlo. Caminó entre las veredas del monte y a pesar de que era muy pequeño no tenía miedo; él quería volver a su casa, sabía que tenía que caminar mucho y buscar el camino que lo llevará de regreso a su casa. En eso le pareció oír voces de otros niños y caminó hacia donde venían esos ruidos y cuál fue su sorpresa que en medio de ese desconocido e inmenso monte estaba una casita muy bonita. Se acercó más, y a su encuentro salió una anciana (viejita) que con voz muy dulce y tierna le dijo : ¡Qué bueno que veniste aquí! ¡te estaba esperando! ¡anda pasa! Supongo que debes tener mucha hambre y yo tengo mucha comida. ¡siéntate hijito! . Como verás aquí hay más niños con los que podrás jugar y hacer buenos amigos. El niño veía con mucha atención toda la casa muy sorprendido. Era un lugar muy bonito, tenía una gran mesa y sus sillas de madera. Encima de ésta había una gran variedad de manjares que de ellos salían unos aromas exquisitos. Había muchas frutas, tantas que aún con toda el hambre que el sentía quedarían muchas para seguir comiendo en más días. Cerca del fogón había un gran canasto con muchas tortillas de maíz, tan blancas, como la luna misma. Al lado de este había una gran olla de barro que seguramente en su interior tenía unos frijoles con epazote. El niño miraba todo lo que había allí y preguntó a la anciana por una olla que estaba en un rincón de la casa y le dijo: ¡Oiga! ¿para qué quiere esa olla tan grande? A lo que la viejita respondió: ¡Ah! En esa olla pongo a hervir agua para que se bañen los niños, ¿ves esa cuevita hecha de piedras que tengo allí? _ si, respondió el niño _ es un temazcal _ así es _ respondió la viejita y allí en ese momento se va a bañar uno de esos niños y después le tocará a otro de ellos, y por último a ti. Pasaron los días, y el niño miraba cómo los demás niños que habían estado en la casa iban desapareciendo, ya nunca más salían del temascal. Y se puso a pensar que es lo que les pasaba al entrar allí y dijo para sí mismo, -esta señora no es buena, se come a los niños, ¡los cocina en barbacoa! A mi no me va a comer porque huiré de aquí y voy a buscar a mi padre y llegaré a mi casa. Pensando estaba, cuando la viejita le dijo al niño que le tocaba bañarse porque ya estaba muy sucio y que ya había puesto agua a hervir para que se metiera al temazcal. El niño con mucha obediencia se dirigió al temazcal y fingiendo que le dolía un pie le pidió a la anciana le ayudara a meterse, esta aceptó y una vez que estuvieron en la puerta del temazcal, la empujó y como pudo cerró la pequeña puerta para que la vieja no saliera. Sólo escuchaba los gritos de ésta que le pedía auxilio rogándole que no fuera malo y la sacara de allí.
El niño no hizo caso a los gritos de la anciana y pensó que antes de irse se iba a llevar la olla que siempre estaba junto al fogón para invitarle de comer a su padre y a sus 4 hermanos. Tomó la olla y salió de la casa y corrió por el monte. Corrió por mucho tiempo temeroso que la anciana pudiera alcanzarlo. Se sentía cansado y su respiración era agitada por tanto correr. Se sentó a descansar encima de un tronco de árbol. A lo lejos escuchó el ruido que un hacha hace al chocar con los leños al cortarlos, se levantó y caminó con mucho cuidado para no hacer ruido y no ser visto antes que él pudiera saber de quien se trataba. Pero cuan grande fue su alegría al ver que la persona que cortaba la leña era su padre, y con gran júbilo presuroso corrió a donde estaba y exclamó _ ¡Tata! ¡Tata! ¡Qué bueno que eres tú! Mira Tata, traje esta olla con comida para que comas tú y mis 4 hermanos y ya no tengan hambre. El padre enormemente conmovido y con un gran pesar en su alma por las palabras de su hijo y con mucho remordimiento, recibió la olla que el niño generosamente le entregaba. Pero mayor fue su sorpresa al mirar que la olla estaba llena de monedas, no pudo contener las lágrimas y llorando amargamente abrazó al niño pidiéndole le perdonara por haber sido tan egoísta, y por haberlo abandonado en el monte a su suerte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario